26 de Enero, 2022 | Capítulo 10
Por Marcelo Nieto
Esos bustos dispersos en la ciudad, numerosos; aunque semejantes de lejos, personales todos, porque cada uno evoca un hombre, un nombre, una figura cuya gravitación es probada.
¿Sabemos a quiénes representan los bustos plantados en nuestros caminos cotidianos?
¿Tenemos el ejercicio de acercarnos a observarlos y descubrir en sus rostros lo que tienen para decirnos?
Un busto –dice el diccionario– es la representación artística de la parte superior del cuerpo humano. Incluye cabeza, hombros, el nacimiento de los brazos y el pecho, o parte de él. No se considera un fragmento parcial de una obra, sino que es, en sí mismo, la obra completa.
Fueron los romanos quienes hicieron gala de los bustos con el objeto de mantener la memoria de sus grandes hombres. Representación escultórica que permanece con absoluta vigencia.
Caemos en cuenta que Resistencia, la ciudad de las esculturas, derrocha bustos de próceres argentinos, de literatos y del mundo de la ciencia, de hombres probos, de figuras estelares de la historia y también de la vida chaqueña.
Algunos de ellos, de autoría desconocida, otros, cincelados por grandes maestros. Como hitos, se esparcen por la ciudad recordándonos valores, gestos, luchas. Los próceres de nuestra historia como San Marín, Güemes, Belgrano; figuras universales como Einstein, Dante Alighieri y las de nuestro terruño; hay un Juan Ramón Lestani, hay una Yolanda Pereno de Elizondo.
Es un rostro, una personalidad, una cara y su gesto. Fácilmente adivinable un busto del almirante Brown por las anclas adornando el pedestal, un San Martín con su nariz quebrada y sus anchas patillas. Pero, ¿qué hay de esas cabezas impenetrables? Tenemos el hábito de acercarnos a ellas, de auscultar ese rostro, de mirar la placa y enterarnos de quién se trata? ; de contarles a nuestros hijos, “mirá aquella cabeza es la de un gran hombre que escribió con dorada caligrafía una página de nuestra historia…”.
No es un ejercicio baladí; es cultivarnos, es trasmisión de conductas nobles, es fijar una persona que merece recordarse y por lo tanto, aprender de ella. Por algo viven entre nosotros los bustos, continuando con sus miradas frías marcando un ideario.
Contenidos: Virgina Quirelli
Arte: Brian Ariel Dufek
26 de Enero, 2022 | Capítulo 10
Por Marcelo Nieto
Esos bustos dispersos en la ciudad, numerosos; aunque semejantes de lejos, personales todos, porque cada uno evoca un hombre, un nombre, una figura cuya gravitación es probada.
¿Sabemos a quiénes representan los bustos plantados en nuestros caminos cotidianos?
¿Tenemos el ejercicio de acercarnos a observarlos y descubrir en sus rostros lo que tienen para decirnos?
Un busto –dice el diccionario– es la representación artística de la parte superior del cuerpo humano. Incluye cabeza, hombros, el nacimiento de los brazos y el pecho, o parte de él. No se considera un fragmento parcial de una obra, sino que es, en sí mismo, la obra completa.
Fueron los romanos quienes hicieron gala de los bustos con el objeto de mantener la memoria de sus grandes hombres. Representación escultórica que permanece con absoluta vigencia.
Caemos en cuenta que Resistencia, la ciudad de las esculturas, derrocha bustos de próceres argentinos, de literatos y del mundo de la ciencia, de hombres probos, de figuras estelares de la historia y también de la vida chaqueña.
Algunos de ellos, de autoría desconocida, otros, cincelados por grandes maestros. Como hitos, se esparcen por la ciudad recordándonos valores, gestos, luchas. Los próceres de nuestra historia como San Marín, Güemes, Belgrano; figuras universales como Einstein, Dante Alighieri y las de nuestro terruño; hay un Juan Ramón Lestani, hay una Yolanda Pereno de Elizondo.
Es un rostro, una personalidad, una cara y su gesto. Fácilmente adivinable un busto del almirante Brown por las anclas adornando el pedestal, un San Martín con su nariz quebrada y sus anchas patillas. Pero, ¿qué hay de esas cabezas impenetrables? Tenemos el hábito de acercarnos a ellas, de auscultar ese rostro, de mirar la placa y enterarnos de quién se trata? ; de contarles a nuestros hijos, “mirá aquella cabeza es la de un gran hombre que escribió con dorada caligrafía una página de nuestra historia…”.
No es un ejercicio baladí; es cultivarnos, es trasmisión de conductas nobles, es fijar una persona que merece recordarse y por lo tanto, aprender de ella. Por algo viven entre nosotros los bustos, continuando con sus miradas frías marcando un ideario.
Contenidos: Virgina Quirelli
Arte: Brian Ariel Dufek