Mirar el surco y luego, las estrellas

17 de Noviembre, 2021 | Capítulo 1

Por Marcelo Nieto

Seguramente el arte, en puntuales objetos, llegó a esta parte del Chaco con los misioneros de San Fernando del Río Negro, tal vez un rico relicario, una labrada cruz, una misal. Pero esos mínimos objetos preciosos se fueron cuando forzadamente abandonaron la misión. Algún elemento esencialmente artístico habrán traído también los monásticos curas de San Buenaventura, la reducción plantada muchos años después. Aunque si nos atenemos a los bienes inventariados del padre Klein, se vuelve débil tal suposición porque detalla: “…un violín, tres sillas, una mesa, un catre y un candelabro…”.

 

El arte desembarcó a la aldea Resistencia en los baúles de la condesa Le Saige que allí pernoctó mientras construían la casona de su estancia Santa Ana en La Arocena. Eran la estatuilla, el retrato en el lienzo de esculpido marco, el candelabro, el camafeo, en fin, el arte europeo, el imperante sentido de buen gusto; tal el que habrá asistido la casa de los Hardy, en Las Palmas.

 

Pero por regla general, en estas tierras pródigas y hostiles a la vez, los inmigrantes y criollos que confluyeron, durante mucho tiempo estuvieron encauzados exclusivamente en el sacrificio del trabajo, en el progreso material de sus días, en lo esencial. Miraban la tierra que cultivaban y no la luna que da alas al poeta.

 

El pueblo que va adquiriendo ínfulas de ciudad cuando camina el siglo XX, que ya comienza a escribir una historia porque hay un pasado, homenajea sus hombres y hazañas. La estatua del general Donovan pone en plan de inmortalidad al hombre que se hace merecedor del recuerdo; así como el monumento a la loba romana pone en su nicho épico la saga de la inmigración italiana.

 

En los cafés, en los atelier – buhardillas, en los salones de hotel, comienza a darse cita una fauna variopinta de artistas, intelectuales, bohemios y gente sensible. Hasta allí llegan los ecos de las vanguardias y desde allí se comienza a dar identidad y reconocimiento a los hacedores telúricos. Está Crisanto, con absoluta conciencia de artista, y está Juan de Dios Mena, y están también aquellos que vienen en busca de las halagadas maderas chaqueñas, como el escultor ruso Stephan Erzia, a quien llamaban en París “El Rodin ruso”.

 

No se puede pasar por alto la trascendencia de los grupos que comienzan a sentir el arte y la cultura como necesidad y cotidiano. La Peña de los Bagres, con sus informales y performáticas escenas y luego como un desenlace necesario de aquél, el Ateneo del Chaco, ya como organismo formal y organizado. Y es la primera institución que regala a la ciudad una escultura.

 

Las brisas del arte soplan caprichosamente, recién se hace ímpetu cuando en la oleada poblacional, en la transición de territorio a provincia, llegan los hermanos Boglietti que despliegan entre otros visionarios proyectos, el de convertir a Resistencia en una ciudad escultórica y de veredas enjardinadas.

 

¿Fue una idea espontánea surgida en sus noches bohemias? ¿Fue la trabajada y sopesada conclusión a la que arribaron como propuesta- acción para vivir en un páramo de arte y belleza? ¿Era un loco despropósito en una ciudad que no reunía condiciones fácticas? El Fogón de los Arrieros encaró un plan de embellecimiento urbano del que participó el municipio. Pero además, y esto es lo superlativo, comenzó a colocar esculturas en las veredas. Y no cualesquiera: obras de firmas consagradas entre las que abundaban primeros premios nacionales. De ese modo, desembarca otra inmigración a la tierra chaqueña, la de las esculturas.

 

Y fueron con esta modalidad llegando las siguientes oleadas, desde la Fundación del Fogón de los Arrieros –un centenar de esculturas-, desde Coproar luego –con otro centenar de esculturas en el espacio público- y desde la Fundación Urunday hasta el presente, con 400 obras emplazadas.

 

Precisamente, la Fundación Urunday da una vuelta de tuerca a nuestra historia de las esculturas: los concursos en la plaza 25 de Mayo que de tan exitosos viran a una experiencia leudante de ediciones nacionales, americanas, internacionales, y que desembocarán en la Bienal Internacional de Escultura.

 

La Bienal, le ha dado al Chaco un protagonismo en los circuitos escultóricos del mundo, devino en una fenomenal industria cultural, genera incansablemente un patrimonio escultórico que está llevando a convertir a Resistencia en la capital de esculturas del mundo, y alimenta un sentido identitario y una muy particular sensibilidad y relación del resistenciano con el arte.

 

En esta narración, no dejaremos de enfocar a los escultores chaqueños, unos ya inmortales, otros consagrados, otros en la saga generacional; ellos convalidan la identidad escultórica del Chaco.

 

Ni pasaremos por alto aquellos hitos fortuitos o predestinados que hicieron al espíritu y la magia de un lugar en el mundo donde la escultura hace del arte un bien de todos.

 

Contenidos: Virgina Quirelli

Arte: Brian Ariel Dufek

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Seguramente el arte, en puntuales objetos, llegó a esta parte del Chaco con los misioneros de San Fernando del Río Negro, tal vez un rico relicario, una labrada cruz, una misal. Pero esos mínimos objetos preciosos se fueron cuando forzadamente abandonaron la misión. Algún elemento esencialmente artístico habrán traído también los monásticos curas de San Buenaventura, la reducción plantada muchos años después. Aunque si nos atenemos a los bienes inventariados del padre Klein, se vuelve débil tal suposición porque detalla: “…un violín, tres sillas, una mesa, un catre y un candelabro…”.

 

El arte desembarcó a la aldea Resistencia en los baúles de la condesa Le Saige que allí pernoctó mientras construían la casona de su estancia Santa Ana en La Arocena. Eran la estatuilla, el retrato en el lienzo de esculpido marco, el candelabro, el camafeo, en fin, el arte europeo, el imperante sentido de buen gusto; tal el que habrá asistido la casa de los Hardy, en Las Palmas.

 

Pero por regla general, en estas tierras pródigas y hostiles a la vez, los inmigrantes y criollos que confluyeron, durante mucho tiempo estuvieron encauzados exclusivamente en el sacrificio del trabajo, en el progreso material de sus días, en lo esencial. Miraban la tierra que cultivaban y no la luna que da alas al poeta.

 

El pueblo que va adquiriendo ínfulas de ciudad cuando camina el siglo XX, que ya comienza a escribir una historia porque hay un pasado, homenajea sus hombres y hazañas. La estatua del general Donovan pone en plan de inmortalidad al hombre que se hace merecedor del recuerdo; así como el monumento a la loba romana pone en su nicho épico la saga de la inmigración italiana.

 

En los cafés, en los atelier – buhardillas, en los salones de hotel, comienza a darse cita una fauna variopinta de artistas, intelectuales, bohemios y gente sensible. Hasta allí llegan los ecos de las vanguardias y desde allí se comienza a dar identidad y reconocimiento a los hacedores telúricos. Está Crisanto, con absoluta conciencia de artista, y está Juan de Dios Mena, y están también aquellos que vienen en busca de las halagadas maderas chaqueñas, como el escultor ruso Stephan Erzia, a quien llamaban en París “El Rodin ruso”.

 

No se puede pasar por alto la trascendencia de los grupos que comienzan a sentir el arte y la cultura como necesidad y cotidiano. La Peña de los Bagres, con sus informales y performáticas escenas y luego como un desenlace necesario de aquél, el Ateneo del Chaco, ya como organismo formal y organizado. Y es la primera institución que regala a la ciudad una escultura.

 

Las brisas del arte soplan caprichosamente, recién se hace ímpetu cuando en la oleada poblacional, en la transición de territorio a provincia, llegan los hermanos Boglietti que despliegan entre otros visionarios proyectos, el de convertir a Resistencia en una ciudad escultórica y de veredas enjardinadas.

 

¿Fue una idea espontánea surgida en sus noches bohemias? ¿Fue la trabajada y sopesada conclusión a la que arribaron como propuesta- acción para vivir en un páramo de arte y belleza? ¿Era un loco despropósito en una ciudad que no reunía condiciones fácticas? El Fogón de los Arrieros encaró un plan de embellecimiento urbano del que participó el municipio. Pero además, y esto es lo superlativo, comenzó a colocar esculturas en las veredas. Y no cualesquiera: obras de firmas consagradas entre las que abundaban primeros premios nacionales. De ese modo, desembarca otra inmigración a la tierra chaqueña, la de las esculturas.

 

Y fueron con esta modalidad llegando las siguientes oleadas, desde la Fundación del Fogón de los Arrieros –un centenar de esculturas-, desde Coproar luego –con otro centenar de esculturas en el espacio público- y desde la Fundación Urunday hasta el presente, con 400 obras emplazadas.

 

Precisamente, la Fundación Urunday da una vuelta de tuerca a nuestra historia de las esculturas: los concursos en la plaza 25 de Mayo que de tan exitosos viran a una experiencia leudante de ediciones nacionales, americanas, internacionales, y que desembocarán en la Bienal Internacional de Escultura.

 

La Bienal, le ha dado al Chaco un protagonismo en los circuitos escultóricos del mundo, devino en una fenomenal industria cultural, genera incansablemente un patrimonio escultórico que está llevando a convertir a Resistencia en la capital de esculturas del mundo, y alimenta un sentido identitario y una muy particular sensibilidad y relación del resistenciano con el arte.

 

En esta narración, no dejaremos de enfocar a los escultores chaqueños, unos ya inmortales, otros consagrados, otros en la saga generacional; ellos convalidan la identidad escultórica del Chaco.

 

Ni pasaremos por alto aquellos hitos fortuitos o predestinados que hicieron al espíritu y la magia de un lugar en el mundo donde la escultura hace del arte un bien de todos.

 

Contenidos: Virgina Quirelli

Arte: Brian Ariel Dufek

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