El héroe trágico del monte

29 de Diciembre, 2021 | Capítulo 7

Por Marcelo Nieto

En el Chaco, figura heroica es el hachero. Y como todo héroe, con un destino trágico. Depredador y víctima.

 

¿Qué es eso de aniquilar la naturaleza dejando la vida en la rutina de 8, 12 horas, viviendo como un animal en una vulnerable madriguera (ranchada)? Y todo por un pago miserable; expoliando una riqueza de madera y tanino para llevarla afuera, ¿para que se lleven otros…?

 

Un hombre en el esplendor de sus fuerzas, hombre simple, frugal y fuerte derribando ciclópeos árboles de un bosque infinito.

 

El lugar ontológico del hachero amerita profundas reflexiones: Ese verdugo de la naturaleza, venciendo y muriendo a la vez. Un símbolo difuso.

 

Hace dos siglos, el Chaco era una esponja boscosa, un tumulto de bosques de ñandubay, algarrobo, quebracho, aromo, urunday y guayacán. Pero cara salía la osadía del hachero de dar por tierra con los ancestrales árboles…

 

Labor ruda, antes del amanecer, entraba a la picada que la iba haciendo. Buscaba el ejemplar idóneo, seguramente alguno de 30 metros de altura y un metro y medio de circunferencia. Debía primero hacer una limpiada alrededor del árbol, de la maraña circundante hacer un claro; luego cortar ramas y albura, derribar finalmente el árbol, y después pelarlo. Los golpes del hacha eran truenos constantes. Los tábanos, mosquitos, piques, jejenes, garrapatas, polvorines se pegaban al sudor del cuerpo y las innumerables víboras siempre amenazantes instaban al alerta.

 

Varios días de descomunal esfuerzo para derribar al coloso. Y así, de vuelta a empezar, abriendo la picada, buscando el próximo árbol que conminaba la salud, cobrando 4 pesos la tonelada.

 

No se puede obviar aquel nuevo sonido constante, multiplicado, que como un lenguaje tenebroso se apodera del monte, el ruido metálico, seco y agudo del hacha. Y no nos olvidemos de ese otro sonido humano que se grita a la hora en que el árbol es caído; el sapucay triunfal.

 

El escultor Crisanto Domínguez que fue hachero de obrajes, cuenta en sus memorias la infra vida de esos hombres. Cuando deja el obraje de Paraje Timbó, casi una huida, acentúa: “despidiéndonos definitivamente de aquel infierno de esclavitud y miseria”.

Sin embargo, el español Juan Bialet Masset, visitando el Chaco para su informe sobre el estado de las clases obreras argentinas preguntaba al “correntino nómade explotado como bestia”, si antes que ese suplicio no preferiría otro trabajo. Y contestaba “el monte es lo mejor para nosotros, porque es la libertad. No tener patrón.”

 

Un escultor a todas horas es artista, aunque pase las horas de sus días derribando árboles. Por eso el hachero Crisanto de aquellos días de obraje recuerda: “Allí quedaron mis esculturas de caabiyará, pombero porá y demás duendes de la selva, talladas a hachazos en algarrobos, quebrachos, urunday y carandá, las qué, según más tarde me contaron divirtieron por largo tiempo a los trabajadores del monte.”

 

El 1º de mayo de 1989, se inauguró el monumento al Hachero ubicado en la rotonda de acceso al puente General Belgrano. La figura de Simeón Borda, un correntino que llegó en 1870 a la costa chaqueña, se yergue símbolo del hombre guaraní en estas tierras.

Puntero homenaje al hachero, a fines de la década del 30, fue el del artista Julio César Vergottini, cuando realizó los relieves del Mástil central de la Ciudad de Resistencia.

 

Una de las placas alegóricas con relieves artísticos tiene como tema la conquista del bosque. “A los conquistadores del bosque impenetrable, modestos y abnegados correntinos, que con el ruido de sus hachas llaman la atención a la riqueza y bienestar futuros”, dijo al público el mayor Jorge Félix Gómez, al descubrir las placas.

 

Contenidos: Virgina Quirelli

Arte: Brian Ariel Dufek

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En el Chaco, figura heroica es el hachero. Y como todo héroe, con un destino trágico. Depredador y víctima.

 

¿Qué es eso de aniquilar la naturaleza dejando la vida en la rutina de 8, 12 horas, viviendo como un animal en una vulnerable madriguera (ranchada)? Y todo por un pago miserable; expoliando una riqueza de madera y tanino para llevarla afuera, ¿para que se lleven otros…?

 

Un hombre en el esplendor de sus fuerzas, hombre simple, frugal y fuerte derribando ciclópeos árboles de un bosque infinito.

 

El lugar ontológico del hachero amerita profundas reflexiones: Ese verdugo de la naturaleza, venciendo y muriendo a la vez. Un símbolo difuso.

 

Hace dos siglos, el Chaco era una esponja boscosa, un tumulto de bosques de ñandubay, algarrobo, quebracho, aromo, urunday y guayacán. Pero cara salía la osadía del hachero de dar por tierra con los ancestrales árboles…

 

Labor ruda, antes del amanecer, entraba a la picada que la iba haciendo. Buscaba el ejemplar idóneo, seguramente alguno de 30 metros de altura y un metro y medio de circunferencia. Debía primero hacer una limpiada alrededor del árbol, de la maraña circundante hacer un claro; luego cortar ramas y albura, derribar finalmente el árbol, y después pelarlo. Los golpes del hacha eran truenos constantes. Los tábanos, mosquitos, piques, jejenes, garrapatas, polvorines se pegaban al sudor del cuerpo y las innumerables víboras siempre amenazantes instaban al alerta.

 

Varios días de descomunal esfuerzo para derribar al coloso. Y así, de vuelta a empezar, abriendo la picada, buscando el próximo árbol que conminaba la salud, cobrando 4 pesos la tonelada.

 

No se puede obviar aquel nuevo sonido constante, multiplicado, que como un lenguaje tenebroso se apodera del monte, el ruido metálico, seco y agudo del hacha. Y no nos olvidemos de ese otro sonido humano que se grita a la hora en que el árbol es caído; el sapucay triunfal.

 

El escultor Crisanto Domínguez que fue hachero de obrajes, cuenta en sus memorias la infra vida de esos hombres. Cuando deja el obraje de Paraje Timbó, casi una huida, acentúa: “despidiéndonos definitivamente de aquel infierno de esclavitud y miseria”.

Sin embargo, el español Juan Bialet Masset, visitando el Chaco para su informe sobre el estado de las clases obreras argentinas preguntaba al “correntino nómade explotado como bestia”, si antes que ese suplicio no preferiría otro trabajo. Y contestaba “el monte es lo mejor para nosotros, porque es la libertad. No tener patrón.”

 

Un escultor a todas horas es artista, aunque pase las horas de sus días derribando árboles. Por eso el hachero Crisanto de aquellos días de obraje recuerda: “Allí quedaron mis esculturas de caabiyará, pombero porá y demás duendes de la selva, talladas a hachazos en algarrobos, quebrachos, urunday y carandá, las qué, según más tarde me contaron divirtieron por largo tiempo a los trabajadores del monte.”

 

El 1º de mayo de 1989, se inauguró el monumento al Hachero ubicado en la rotonda de acceso al puente General Belgrano. La figura de Simeón Borda, un correntino que llegó en 1870 a la costa chaqueña, se yergue símbolo del hombre guaraní en estas tierras.

Puntero homenaje al hachero, a fines de la década del 30, fue el del artista Julio César Vergottini, cuando realizó los relieves del Mástil central de la Ciudad de Resistencia.

 

Una de las placas alegóricas con relieves artísticos tiene como tema la conquista del bosque. “A los conquistadores del bosque impenetrable, modestos y abnegados correntinos, que con el ruido de sus hachas llaman la atención a la riqueza y bienestar futuros”, dijo al público el mayor Jorge Félix Gómez, al descubrir las placas.

 

Contenidos: Virgina Quirelli

Arte: Brian Ariel Dufek

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